La inteligencia del corazón

Nuestro corazón es mucho más que un músculo que bombea la sangre a todo el organismo, influye en la presión sanguínea, o produce cinco hormonas fundamentales para la vida.

El corazón es el primer órgano en formarse en el feto, comienza a latir de manera autónoma mucho antes de que se forme el cerebro, genera un campo electromagnético más potente que el de éste, y se encuentra directamente conectado a él por cuarenta mil neuronas y una tupida red de neurotransmisores, proteínas y células de apoyo. Gracias a estas conexiones tan elaboradas parece que el corazón puede tomar decisiones de manera independiente del cerebro[1]. Están ampliamente documentadas cuatro tipos de conexiones entre el cerebro y el corazón[2]:

  • Neurológicas, a través de impulsos nerviosos. Se da la particularidad de que el corazón es el único órgano del cuerpo humano que envía más información al cerebro de la que recibe de éste. Además puede inhibir o activar determinadas partes del cerebro según las circunstancias.
  • Bioquímicas, mediante hormonas y neurotransmisores. El corazón produce la hormona responsable de la homeostasis (equilibrio general del cuerpo) la cual inhibe la del estrés y estimula la conocida como hormona del amor (oxitocina).
  • Biofísicas, a través de las ondas de presión del ritmo cardiaco y sus variaciones, el corazón se comunica con el cerebro y con el resto del cuerpo.
  • Energéticas, mediante el campo electromagnético del corazón. Este campo es cien veces más potente que el del cerebro y se ha logrado cifrar su alcance entre dos y cuatro metros alrededor de nuestro cuerpo. Ese campo energético, cuando tenemos miedo, frustración o estrés, se vuelve caótico y no sólo afecta a todo nuestro organismo sino que además es perceptible por otras personas o animales que se encuentren a nuestro alrededor. ¿No podría esto explicar esas sensaciones de malestar o de tranquilidad que nos producen determinadas personas, a las que ni siquiera conocemos, con su sola presencia?

El corazón tiene, por así decirlo, una especie de cerebro que procesa la información de manera directa antes de que esta llegue al cerebro de la cabeza. Los estudios realizados en el Institute of HeartMath apuntan incluso a la capacidad del corazón para intuir o anticiparse a algunos estímulos[3].

Podemos hablar por tanto de una inteligencia cardiaca, intuitiva y rápida que a menudo nos orienta en decisiones sin que sepamos muy bien cómo han surgido. Metáforas como tener una corazonada o un pálpito adquieren una nueva dimensión a la luz de los resultados de las incipientes investigaciones de la neurocardiología. Aprender a conjurar esa inteligencia cardiaca y conocer la influencia de nuestro corazón en nuestros comportamientos puede ayudarnos a tomar mejores decisiones y entendernos un poco más.

Pero más importante que lo que puede hacer el corazón por sí solo, es lo que puede hacer en coordinación con el cerebro y otros sistemas del cuerpo. A la relación sincronizada y armónica del corazón con el resto del organismo se le ha llamado coherencia cardiaca. Si esa suerte de director de orquesta que es el corazón, marca un ritmo armónico, el resto del organismo será armónico. Si por el contrario los mensajes del corazón son caóticos, ese caos se extenderá al resto del cuerpo.

Se ha descubierto que la manera de incidir en nuestro corazón y en su campo electromagnético es a través de la respiración y determinadas emociones, las cuales son capaces de originar campos energéticos muy diferentes dependiendo del tipo que sean.

Entrar en un estado de coherencia cardiaca cuando detectamos que nuestra respiración y nuestro ritmo cardiaco son rápidos y/o irregulares, es fácil si enfocamos nuestra atención en la respiración, lo que nos permite ralentizar y estabilizar progresivamente ambos. En Mindfulness, la principal emoción que nos lleva por el camino de la coherencia cardiaca es la compasión (deseo de bienestar y alivio del sufrimiento hacia los demás). Con ella conseguimos sintonizar con nuestro corazón, y además, al situarnos en una gama de sentimientos expansivos y benevolentes, conseguimos que nuestro campo magnético repercuta favorablemente en aquellos que nos rodean.


[1] (Marquier, Annie. 2012. El corazón tiene cerebro. La Vanguardia. 14/03/2012)

[2] Ibidem

[3] https://www.heartmath.org/research/science-of-the-heart/