El observador y la presencia

En la meditación tratamos de adoptar la posición de un observador que contempla de manera ecuánime y compasiva aquello que pasa por nuestra mente. También tratamos de evitar juicios o etiquetas, limitándonos a registrar y aceptar lo que sea que venga a este momento de consciencia.

En la práctica informal, a lo largo del día, también podemos adoptar esa posición de observador de aquello que pasa por nuestra mente o alrededor, y de mi interacción con cualquier acontecimiento.

Parece razonable afirmar que del mismo modo que un ojo no puede verse a sí mismo, el observador no puede ser a la vez el objeto observado. Por eso, cuando somos el “observador” vemos claramente que nosotros, que observamos pensamientos, sentimientos o emociones, no somos aquello que observamos. Se consigue así la desidentificación. Comprendemos que somos algo distinto y más grande, capaz de acoger todo aquello que es objeto de mi observación.

Cuando somos capaces de percibir los contenidos, sin perder de vista que lo hacemos desde la consciencia (el espacio que acoge dichos contenidos) es cuando comenzamos a estar en el estado de “presencia”[1]. La finalidad del entrenamiento mindfulness es precisamente conseguir estar el mayor tiempo posible en presencia. Esa es la mejor posición para desarrollar cualquier actividad en la vida diaria.

Estando presentes, la concentración es total y la claridad de nuestra mente nos permite dar lo mejor de nosotros mismos aquí y ahora.

Cuando meditamos (práctica formal), estamos haciendo una especie de gimnasia mental. Nos ejercitamos en la observación para luego ser capaces de llevarla a la actividad cotidiana (práctica informal) bajo esa misma actitud.

 


[1] (Simón, Vicente. Aprender a practicar Mindfulness. Barcelona. Sello Editorial, S. L., 2011)