Las palabras importan

Sabemos que un relato de una experiencia puede emocionarnos tanto como si estuviéramos viviendo en primera persona esa experiencia. Las culpables de esa capacidad que tenemos los humanos de sumergirnos mentalmente en una situación ajena son, como ya comentamos hace unas semanas, las neuronas espejo.

Las palabras tienen un gran poder y el cuidado que pongamos al usarlas debe estar en consonancia con ese poder. Hablar desde la inconsciencia es algo que todos hacemos en muchos momentos de nuestra vida, también en el trabajo, sin reparar en las consecuencias que nuestros mensajes tienen en las personas que los reciben.

Nuestro nivel de consciencia y nuestro lenguaje son paralelos. Para conseguir que lo que decimos sea realmente lo que queremos decir, debemos estar atentos a aquello que realmente quiere ser dicho. Nada mejor que situarse en el estado de presencia y dejar que nuestro mensaje brote.

En el trabajo es normal confrontar pareceres con otros compañeros. A veces, nos creemos dialogantes cuando, en realidad, lo que hacemos no es dialogar sino discutir. La diferencia entre dialogar y discutir está en la posición desde la que partimos. Cuando discutimos, partimos del convencimiento de que mi visión es cierta, correcta, más adecuada, etc., por lo tanto parto con una idea prefijada, no tengo ninguna voluntad de cambiarla, y mi objetivo es convencer a la otra parte, cambiar sus postulados por los míos. En cambio, cuando dialogamos no tenemos ningún objetivo de partida distinto del de averiguar y comprender lo que la otra persona tiene que decirnos, luego se trata de un proceso de intercambio de visiones con un final abierto: puede que yo convenza, puede que me convenzan a mí, o puede que ambas partes nos convenzamos recíprocamente y entonces lo que busquemos sea una síntesis de nuestros postulados.

Seguro que nos resultan familiares algunas o todas las situaciones que describimos a continuación en las que se suele hacer un uso inadecuado de la palabra:

·         Cuando hablamos sin haber escuchado antes.

·         Cuando hablamos para herir, criticar o desde la ira.

·         Cuando hablamos demasiado.

·         Cuando hablamos sin vocalizar o sin preocuparnos de ser entendidos.

·         Cuando hablamos con un vocabulario no adecuado al contexto.

·         Cuando hablamos sin mirar a los ojos.

·         Cuando hablamos para tener razón.

·         Cuando hablamos de quien no está presente.

En el siglo III a.C. el Canon Pali, un antiquísimo texto budista, hacía referencia al “Hablar Correcto”, uno de los ocho preceptos fundamentales del budismo para alcanzar la iluminación. El hablar correcto requiere:

·         abstenerse de mentir: habla de la verdad.

·         abstenerse de calumniar o difamar: lo que oyes aquí no lo digas allá para crear separación.

·         abstenerse de hablar irrespetuosamente: usa palabras tranquilizadoras, que sean afectivas y vayan al corazón.

·      abstenerse de frivolizar: usa palabras que merezcan atesorarse, convenientes, razonables y conectadas a la meta.

Estos preceptos son universalmente compartidos por casi todas las religiones, la moral y la ética.

Si en las conversaciones que mantenemos habitualmente en las empresas siguiésemos estos sabios consejos, seguro que cambiarían, y mucho, el tono y la temática de lo que decimos.

Por: DAVID HERVÁS SANZ